El Ayuntamiento de La Laguna, a través de la Concejalía de Cultura, que dirige Yaiza López Landi, recupera para la memoria de la ciudad el antiguo oficio, ya desaparecido, de las vendedoras de pasteles, mujeres que recorrían las calles y caminos del municipio vendiendo dulces artesanos mucho antes de la aparición de la bollería industrial.

¡Ay, qué pasteles! es el título de esta iniciativa que mediante una recreación teatral devuelve a las calles del casco de la ciudad esta antigua estampa lagunera. La actividad se llevará a cabo los días 20, 22 y 23 de diciembre, entre las 18:00 y las 20:00 horas.
“¡Ay, qué pasteles calentitos, qué pasteles!” era la letanía publicitaria que se le escuchaba a la señora Escolástica por las calles de La Laguna, una de las última vendedoras de pasteles de la isla, cuya figura protagoniza precisamente esta recreación teatralizada junto al zapatero Arsenio. Una fotografía de la señora Escolástica es una de las escasas imágenes que se conservan como testimonio de aquel oficio extinguido.
La acción nos traslada al día de Nochebuena a principios de los años 30 del pasado siglo. Las calles de La Laguna están concurridas por los vecinos de la ciudad y visitantes llegados de Santa Cruz y otros puntos de la isla para hacer compras. Aunque ya no son lo que eran, unas pocas vendedoras de pasteles y dulces siguen recorriendo los rincones de la ciudad ofreciendo su mercancía. El turrón se impone en algunos gustos, pero otros se resisten a perder la tradición de celebrar la Nochebuena con el viejo manjar.
El texto que se representa está basado en un artículo del licenciado en Bellas Artes e Historia José María Mesa Martín, titulado ‘Pasteles: una aproximación a su historia y a su geografía’, editado por la revista El Pajar: Cuaderno de Etnografía Canaria. En dicho artículo se relata: “Una mujer con una tabla a la cabeza –bien circular o rectangular-, y sobre la que descansaba un balayo de forma cilíndrica con su respectiva tapa, a la vez que sostenía un farol en una de sus manos, indicador de que parte de su tarea era realizada en horario nocturno, era la imagen estereotipada de un oficio que daba sus últimos coletazos, allá por el año 1935; fecha en que los célebres pasteles rellenos de carne o de cabello de ángel, que salían a millares de docenas de los hornos de la ciudad, y que eran portados por un elevado número de vendedoras que los bajaban a Santa Cruz, habían pasado de moda, y estos sobrevivían a duras penas”.
“El cambio en los gustos”, continúa el artículo de José María Mesa Martín, “la llegada del turrón ampliamente divulgado en la Península Ibérica, y la avidez de esnobismo que siempre ha caracterizado a la sociedad santacrucera, se había encargado de acabar con la sólida industria artesana. Lo que motivó que, debido a esto, las numerosas vendedoras que pululaban por todas partes desaparecieran, y que solo de vez en cuando surgiera la figura de una mujer envuelta y arrebujada en el sobretodo, con su balayo en la cabeza, como si de un fantasma de otra época se tratara”.